lunes, 21 de diciembre de 2009

En estas fiestas: Ocho regalos que no cuestan un centavo


Me gustan las fiestas de fin de año y sería muy extenso desarrollar los sentimientos de magia e ilusión que me provocaban en mi infancia, y paradojicamente en este presente comienzo a recuperar estas ganas de festejar, y aunque ya no crea en los Reyes, o el nacimiento de niño Jesús sea una fecha dispuesta a ojo, qué más da, creo en la magia de poder estar más cerca unos de otros y creo que puede mantenerse todo el año, o mejor, todo el tiempo.

El post Soul Xmas de mi amigo Fernando donde me/nos felicita las navidades declara su disfrute por estas fiestas en el medio del consumismo que tan aconsejable se hace decrecer, (después de ver a nuestros líderes vacilando ante la determinación de no cargarnos el planeta) me ha inspirado para estos regalos, para todos mis afectos, mis amigos y los ausentes.

¡Felices Fiestas!

Lpl'09

1.- El regalo de Escuchar.

Pero realmente escuchar, sin interrumpir, bostezar, o criticar. Solo escuchar.

2.- El regalo del Cariño.

Ser generoso con besos, abrazos, palmadas en la espalda y apretones de manos, estas pequeñas acciones demuestran el cariño por tu familia y amigos, y porque no decir alguna vez 'Te quiero'.

3.- El regalo de la sonrisa.

Llena tu vida de imágenes con sonrisas, dibujos, caricaturas y tu regalo dirá: "me gusta reír contigo"

4.- El regalo de las notas escritas.

Esto puede ser un simple "gracias por ayudarme", un detalle como estos puede ser recordado de por vida y cambiarla a un tal vez.

5.- El regalo de un cumplido.

Un simple y sincero "te ves genial de rojo", "has hecho un gran trabajo" o "fue una estupenda comida" puede hacer especial un día.

6.- El regalo del favor.

Todos los días procura hacer un favor.

7.- El regalo de la soledad.

Hay días que no hay nada mejor que estar solo. Se sensible a aquellos días y da este regalo o solicítalo a los demás.

8.- El regalo de la disposición a la gratitud.

La forma mas fácil de hacer sentir bien a la gente es decirle cosas que no son difíciles de decir como "Hola" y "Muchas Gracias".





viernes, 18 de diciembre de 2009

LA COMPASIÓN NOS AYUDA A DECIR ADIÓS

Todos hemos tenido que dejar morir un sueño: el noviazgo que no se convirtió en matrimonio, el empleo en el que no se avanzó, el negocio que no triunfó, el matrimonio que, lánguidamente, duró toda la vida.

Cada vez que un anhelo llega a su fin es necesario despedirse. Para ello, hay que identificar todo lo que podemos agradecerle a esa situación y que además puede formar parte de nuestro equipaje, pero también debemos ser capaces de dejar atrás todo aquello que fue inconveniente, y que puede convertirse en una carga demasiado grande para el resto de vida que nos queda por delante.

Las etapas en la vida se suceden. Los finales de un ciclo se unen a los principios del siguiente. Este es el proceso normal y puede darse con armonía. Sin embargo, en nuestro medio es común pensar que terminar un ciclo, dejar morir un sueño, es fracasar, y el fracaso está prohibido.

Se cree que el éxito está en que los procesos no se terminen nunca. Por lo tanto, cuando llegamos al final de un ciclo y tenemos que despedirnos, buscamos explicaciones, culpamos al otro o a nosotros mismos y así, las despedidas se vuelven ferias por la agresión y la recriminación mutua.

Ello, por supuesto, es un gran error ya que maduramos mejor cuando podemos integrar en el nuevo camino lo anteriormente vivido. Y para lograr eso debemos ser capaces de discernir amorosamente, de validar todo lo que la vivencia construyó en nosotros: los dolores que nos hizo superar, las cualidades que nos permitió desarrollar o los defectos que nos hizo conocer. Solo así, estaremos mejor preparados para un nuevo comienzo. Solo así habremos ganado en sabiduría.

Es claro que durante la jornada, durante el tiempo que dura esa relación o ese matrimonio siempre hay posibilidad de arreglar las cargas, pero los finales nos enseñan mucho, pues nos permiten una mirada retrospectiva sobre lo ocurrido.

Iniciamos las relaciones con ilusión. Pensamos: “Ahora sí encontré la persona perfecta” o “Sacaré adelante este proyecto económico”. Siempre empezamos llenos de entusiasmo y de sueños. Hay algo que percibimos en el otro, su potencial, sus características, que nos llevan a intuir que es la persona adecuada.

Pero con el correr del tiempo, podemos encontrarnos con que la perfección no ocurre y entonces, la desilusión llega marcando un final. O no es raro que la idea de la perfección misma sea nuestro gran saboteador, y aunque las cosas se den bien, perdemos el gusto de lograrlas y nos desanimamos. En otras oportunidades, nunca logramos estar satisfechos con lo logrado, siempre falta algo y así las relaciones se agotan y entendemos que ha llegado el momento de decir adiós. Para otros, el paso del tiempo va marcando caminos y rumbos diferentes y el vínculo desaparece.

Es frecuente oír en la consulta cómo la situación ha ido cambiando y el cónyuge ha dejado de ser amable para convertirse en un amargado al que ya no se le puede hablar. En las conversaciones se menciona la insatisfacción, los errores cometidos pero, sobre todo, se ve cómo el cuidado por la relación misma y por la autoestima del otro, ya no está presente. El trato se torna desconsiderado y en ocasiones hasta grosero. O, como el socio ya no trabaja en equipo, se obstaculizan las decisiones. Es cuando surgen las acusaciones mutuas y la búsqueda del beneficio unilateral reemplaza el logro de metas comunes.

En síntesis, el otro se ha vuelto fuente de dolor. En esas circunstancias se incuba la rabia que anuncia rupturas desastrosas.

En ocasiones, es conmovedor ver cómo en el tope del dolor después de la ruptura, las personas comienzan a evaluar lo que pasó y entonces es en estos momentos donde aprenden más sobre cómo construir amor y armonía, que durante la relación misma. Cuando ya no hay nada que hacer, descubren todo lo valioso que había en la amistad o en el matrimonio.

La desilusión del final hace con frecuencia que se exprese tal desprecio por los antiguos compañeros, que cuando la reflexión y discernimiento hacen su aparición, ya la pelea ha sido de tal magnitud que lo conservable también ha quedado destruido.

Es doloroso ver cómo la incapacidad para decir un adiós a tiempo que permita conservar las lealtades fundamentales de las relaciones humanas, convierte los finales de los ciclos en pérdidas irreparables. Hacer del ex-cónyuge o del ex-socio un enemigo, es negarnos la posibilidad de la conciliación.

Pero siempre hay otra ruta: cuando se llega al final del camino, podemos abandonar la crítica, la desilusión, el desánimo, el culto a nuestro propio ego, para saludar la forma más alta del amor: la compasión.

La compasión en la despedida no tiene que ver con sentirse superior o comprensivo porque el otro está en un error. Tiene que ver con experimentar un afecto sincero por nosotros mismos, por el otro y por las relaciones que hemos establecido en un proyecto compartido. Implica tener la determinación de hacer todo lo posible para conservar la propia integridad emocional y la del otro. También, implica comprometerse profundamente con hacer de cada uno de nosotros una persona, que de forma distinta de un bárbaro que arrasa con la cosecha, más bien se retira del campo cuidando bien de que lo sembrado pueda dar fruto.

(María Antonieta atiende consulta individual y realiza otras actividades relacionadas con su práctica profesional según se le solicite. Para mayor información, por favor escribe a: mariaantonieta.solorzano@gmail.com)

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Publicado originalmente en El Espectador.

Fuente: De2Haz1