sábado, 13 de febrero de 2010

Los caminos que se bifurcan

Amigos y seguidores, estoy ocupado en interminables burocracias al poner en marcha un proyecto propio con vistas a independizarme de un mercado laboral cada vez más complicado; la tentativa me ha mantenido más que distraído de mi cita con este querido espacio. Siempre me digo que no es excusa, que debo aprovechar las ingentes marejadas del día a día y transcribirlas aquí como es menester; acumulo ‘recortes’ para el Árbol de la Memoria sin encontrar tiempo para elaborar, o más que tiempo un estado personal apropiado para hacerlo. Los sueños que persigo y los que en la vigilia transito también deja su huella que hacen mis días más ricos. Pero a veces amalgamar todo esto se me antoja una titánica tarea, editar mi interior, y ahí queridos míos no hay tecnología que ayude.

En plena tarea del día me asaltó un recuerdo. Hace más de dieciséis años que uno de mis mejores amigos dejó estos pagos terrenales en los que todos seguimos luchando por encontrar el camino. Lo hecho de menos. En estos días que las circunstancias me llevaron a materializar un proyecto abandonado desde los lejanos años ochenta, algo que no pudo ser y hoy se me presenta posible, recuerdo con emocionada claridad aquellos días. La vida no siempre te da una segunda oportunidad.

Conocí a Raúl en un viaje a Iguazú, éramos colegas de profesión y coincidimos en Aeroparque (el aeropuerto doméstico de Buenos Aires); periodo de semana santa, alta temporada, vuelos llenos y overbooking en los hoteles, corría el año 1979 con resaca post-mundial 78 y la ‘plata dulce’ de aquel periodo dictatorial hacía que el negocio del turismo como tantos otros fueran boyantes hasta el punto que en destinos como Miami se acuñó el famoso ‘deme dos’, todo lo contrario de lo que ocurría en paralelo con las libertades que en aquel momento eran cercenadas sin piedad, a golpe de falcon verde y allanamientos nocturnos. En el fragor de las facturaciones de los vuelos especiales, Alicia, su compañera a quien yo conocía del sector de los viajes nos presentó. La empatía no acudió a aquel encuentro y después de varias peripecias que son anécdotas comunes a la organización de los viajes en grupo, terminamos brindando amistosamente en el Internacional de Iguazú; flamante y orgulloso por aquel entonces y hoy convertido en un Sheraton con excepcionales vistas a las cataratas.

En el vuelo de regreso, con el cansancio de los intensos cuatro días del pack clásico de temporada y de superar las hordas viajeras, a modo de catarsis nos surgió la idea de los caminos bifurcados, se nos ocurrió pensar que nuestro encuentro e incipiente amistad no eran más que una senda que nadie podría evitar se separara como dos líneas que no están exactamente paralelas. En aquellos años me comía el mundo y podía no haber entendido su reflexión, pero ya a mis veintitrés años había experimentado pérdidas profundas que habían dado vuelta mi pequeño mundo y pude asentir.

Meses más tarde, Raúl desaparecía chupado por la secreta en un viaje en subte (metro) de vuelta a casa, por ir leyendo El Lobo Estepario de Herman Hesse; durante una semana de búsqueda nadie supo nada de él, hasta que días más tarde, apareció liberado de milagro desde una comisaría de distrito que por aquellos tiempos eran los distribuidores de las cárceles clandestinas. Este fue el acicate para que dejara todo lo que estaba haciendo en Buenos Aires y proyectara irse a Miami al poco tiempo, y nuestros caminos de repente se bifurcaran.

Tendimos muchos puentes en las tardes de su casa de Medrano después del laburo, en las reuniones variopintas y los cocktails de turismo en los que intentábamos coincidir. Las charlas de apurada sobremesa en los almuerzos de la City Porteña donde bullía el ir y venir de las transacciones del mercado negro. Allí mezclábamos la situación de las diferentes divisas con sus luchas dialécticas con su jefe o nuestras cuitas con las respectivas mujeres. Pero siempre en todo ello, había una reflexión para aprender, para contrastar y pensar que a veces, uno no esta tan solo. Papas fritas a caballo y una Quilmes eran los compañeros ideales de los mediodías en las comidas rápidas de la calle Florida.

Nuestro proyecto era montarnos un agencia receptiva en Miami, pero mi situación de aquel entonces no me permitió dar el salto. Países y trayectoria vital mediante, nuestro contacto se fue perdiendo en el océano de los días, hasta aquel encuentro en los 90 en Orlando donde ya no eras vos y el mal consumía tus recuerdos.


Allá en tu cielo, donde estés, te comparto que los caminos aunque se separen, no son lineales y el paso del tiempo me reafirma en nuestra búsqueda; que después de treinta años de aquellos fallidos planes, ahora lo vuelva a intentar con la mujer que más amo, hace que los senderos que otrora confusos se perdieron, los vuelva a retomar para alguna vez brindar con vos por la esencia de la vida, por la verdadera amistad que perdura en forma de memoria después de tantos años.

LPL'10